MacIntyre: San Agustín como contrapunto de Freud

Comparto dos excelentes páginas del libro Dios, filosofía, universidades (Nuevo Inicio 2012) 

El progreso hacia el conocimiento de uno mismo es un progreso en la comprensión del objeto verdadero de nuestros deseos. Como ya señalé antes, Agustín piensa que yo no puedo equivocarme respecto del hecho de que amo, pero siempre puedo equivocarme acerca de lo que amo. Agustín, como cualquier autor de la Antigüedad, pagano o cristiano, da por sentada la intensidad del deseo humano. A causa de esa intensidad, el deseo es un agente tan poderoso de sinrazón y autoengaño. En nuestro progreso hacia el conocimiento de nosotros mismos, descubrimos que nuestros deseos son desproporcionados con respecto a sus objetos finitos, objetos tales como los placeres corporales, los frutos del éxito o los frutos de la amistad. Y son desproporcionados porque son a un tiempo expresión y disfraz de nuestro amor por Dios. Reprimimos en nosotros mismos el reconocimiento de que, por naturaleza, estamos dirigidos a Dios, y síntoma de esa represión es la excesiva y desproporcionada consideración que mostramos por aquellos objetos que, para nosotros, sustituyen a Dios, objetos que, una vez alcanzados, nos dejan decepcionados e insatisfechos. Sólo en la medida en que hacemos de Dios el objeto de nuestros deseos, reconociendo que desear cualquier otra cosa es algo contrario a nuestra naturaleza, llegan en general a ordenarse rectamente nuestros deseos, siendo nosotros rescatados de la autoprotección de una voluntad modelada por el orgullo.

El lector actual no puede sino recordar a Freud, cuya concepción de la sexualidad y de la religión es, en algunos aspectos, una inversión de la de Agustín. Para Freud, lo ilusorio es la creencia en Dios. Nuestros deseos son ciertamente engañosos y el fracaso consiguiente a la hora de resolver los conflictos infantiles nos ha llevado a ser incapaces de reconocer sus verdaderos objetos. Como consecuencia, los hemos sustituido por objetos falsos, entre ellos Dios. Con el fin de resolver los conflictos que desembocan en nuestros síntomas neuróticos, y algunas veces en nuestras psicosis, tenemos que someternos a una disciplina cuyo efecto sería acabar con la creencia en Dios. El, contraste con Agustín es sorprendente: para Freud, la fe en Dios es una ilusión que disfraza nuestros impulsos sexuales distorsionados e inhibidos; para Agustín, nuestra sexualidad distorsionada nos enreda ilusionándonos acerca de los objetos de nuestros deseos, disfrazando así nuestra creencia en Dios, y nuestro deseo de Él. Así pues, ¿cómo podríamos decidir entre estas dos afirmaciones antagónicas? Tanto Agustín como Freud dan respuesta a esta pregunta y, una vez más, sus respuestas son curiosamente paralelas, aun siendo muy diferentes.

Para los dos, hay alguien ante quien y para quien podemos hablar, de tal modo que, al final, nuestras prevaricaciones, engaños y auto justificaciones son escuchados como lo que son y la verdad sobre nosotros mismos, incluida la verdad sobre nuestra resistencia a la hora de reconocer esa verdad, es reconocida. En ambos casos, ese hablar implica una disciplina, en un caso la de la oración, en el otro la del psicoanálisis. Y ambos insisten en que no hay modo de evaluar esa disciplina particular desde un punto de vista puramente externo, porque dicha evaluación quedaría frustrada por las mismas fantasías de las que se supone que la disciplina ha de liberarnos.

Por supuesto, no todos los psicoanalistas han coincidido con Freud en su consideración de la creencia teísta como una ilusión y ha habido bastantes profesionales católicos del psicoanálisis, cosa que habría sorprendido al mismo Freud. Además, los paralelismos entre la praxis de la oración y la praxis del análisis no se deben forzar en demasía. No obstante, pueden ayudar a iluminar las afirmaciones de Agustín de que la oración es un camino para el conocimiento de uno mismo y de que es el único camino adecuado para el conocimiento y la comprensión de uno mismo. Sin embargo, con vistas a alcanzar esa comprensión, primero debemos creer y creer de un modo que nos comprometa a una vida de oración (MacIntyre, 2012:53-54). 

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 Conferencia sobre MacIntyre impartida en el Centro de Estudios Educativos "Rigans Montes":