Is friendship possible? (V- VI)


Con los puntos V y VI concluyo la traducción de la última conferencia de nuestro autor. Espero les sea provechosa.

V

Si la amistad es, en efecto, un regalo, entonces, como ya he insistido, nosotros no podemos fabricar amigos. Pero, como también he subrayado, los regalos tienen que ser aceptados, y ellos no pueden ser aceptados si nosotros no estamos abiertos a recibirlos. Entonces, ¿qué es estar abiertos a la amistad? Existen dos lados en esa apertura y ambos son importantes. El primero implica valorar un variedad de formas de relación, a fin de reconocer que algunos de ellos son indispensables para nuestro bienestar, pero sin confundirlos con la amistad. Ya he mencionado algunos de esos tipos de relaciones, tal como el vínculo afectivo entre aquellos que están en el ejército, o quienes son bomberos u oficiales de policía, los cuales emprenden juntos tareas peligrosas, o la propia de los colegas en su lugar de trabajo cuya cooperación posibilita a cada uno tener éxito a través del tiempo al sobrellevar circunstancias difíciles y cambiantes. Ellas incluyen relaciones en las que cada parte encuentra que la relación vale la pena son en tanto que ellas producen beneficios en el corto o mediano como para sustentarlas. Y la amabilidad alegre es una cualidad que posibilita a los que participan en tales relaciones, no solo beneficiarse de ellas, sino también disfrutar de ellas. Entonces, existen relaciones que verdaderamente valen la pena las cuales no son amistades y hay vidas en las que la amistad, como la he caracterizado, puede estar ausente.

El estar abiertos a la amistad también requiere, como previamente mencioné, un cierto tipo sensibilidad hacia los otros, una habilidad para reconocer oportunidades para la amistad cuando ellas ocurren. Y esta apertura es una cualidad valorable en sí misma. Esto caracteriza a aquellos cuyas expectativas no son demasiado fijas y estrechas, a aquellos que están preparados para ser sorprendidos, que están preparados para tomar el riesgo de ser decepcionados, a aquellos que están abiertos al pensamientos de que ellos mismos pueden ser, en algunos aspectos, diferentes de lo que hasta ahora han sido. Y estar abiertos a la amistad, aun cuando todavía no tengamos amigos, no es en absoluto un mal estado para estar.

La falta de apertura a la amistad puede provenir del orgullo, como señala el Aquinate, la clase de orgullo que encuentra expresión en una insistencia en seguir el propio camino, sin importar lo que otros puedan querer, en una tendencia a ser despectivo con los otros en diversos modos que hacen que se fracase en darles aquello que les es debido, y en un rechazo a aprender lo que uno necesita aprender de ellos. Es, en efecto, el orgullo el que nos hace, demasiado a menudo, ingratos como para recibir regalos, incluso para el regalo de la amistad. La falta de apertura para la amistad también puede ser el resultado de los deseos inmoderados. Aristóteles, en su discusión de la virtud que denomina «justicia particular» identifica el rasgo de carácter que se muestra en la justicia particular como la pleonexia, el deseo de tener más y más que otros, una codicia que encuentra su expresión en la competitividad (EE V, 1129b1 y 1130a24). Y ver a los otros como competidores que tienen que ser derrotados es lo mismo que ser incapaces para la amistad con ellos. Con todo, lo que por sobre todas las cosas se pone frente al camino de la apertura a la amistad es la falta de sinceridad. Y aquí mi argumento se vuelve totalmente circular. Los argumentos presentados en las secciones iniciales de este ensayo nos debieron haber dejado en claro cómo son las relaciones entre el lugar de la amistad y el lugar de la verdad y la falsedad en las vidas humanas. Y esto es porque la persona que no es sincera fracasa en reconocer el lugar que la falta de sinceridad tiene en la exclusión de la amistad.

La falta de sinceridad es solo una de las formas que toma tal fracaso y difiere significativamente de formas. Es posible no ser sincero sin mentir o cometiendo solo mentiras ocasionales. Lo que una persona que no es sincera puede hacer es presentarse a él o a ella misma como alguien diferente de lo que en realidad él o ella son, y esto por medio de una cuidadosa selección de lo que él o ella dicen, por medio de la sugerencia y omisión más antes que por medio de una afirmación explícita, por medio del gesto y la expresión facial, por el tono de la voz. La persona que no es sincera es un actor que es también el autor de su propio guion. Así, la persona que no es sincera no solo se disfraza a él o ella misma, sino también disfraza el hecho de que ella o él está disfrazándose a ella o a él mismo.

La persona que no es sincera invita a los otros a responder no a su realidad, sino a la a veces impresionante ficción que ella ha construido. Entonces el otro es puesto en desventaja y, cuando la invitación extendida a otro es o incluye un ofrecimiento de amistad, lo que es ofrecido no puede ser, de hecho, amistad. Porque uno está siendo invitado a cuidar de una ficción, no de un ser humano real. Entonces aparece allí un personaje que es crucial entender, si uno desea comprender la amistad, la amistad que se distingue de la falsa amistad. Los amigos falsos son a menudo una buena compañía. Ellos son capaces de atraer a aquellos que de otra manera podrían sentirse aislados. Ellos se presentan a sí mismo como personas necesitadas, como en la necesidad de un amigo que al que proveerán y que será agradecido por la oportunidad para proveer. Pero esta auto-presentación es una obra de arte, diseñada para engañar. Y las relaciones que resultan son como otras relaciones de explotación.

Es importante notar que una persona que es exitosa en su falta de sinceridad no solo engaña a otros, sino incluso, en ocasiones, a ella o él mismo, tomando ser lo que ella o él han pretendido ser. Y así, la insinceridad se convierte en una fuente de falta de autoconocimiento, y entonces, todavía de otro modo, en una barrera para la apertura a la amistad.

VI

He presentado lo que tomo por sólidos argumentos para cinco conclusiones en esta conferencia. Los cinco conjuntos de son demasiado cortos. Los cinco tienen presuposiciones que necesitan ser adicionalmente articuladas pero, si ellas pueden ser sustentadas, ponen en cuestión mucho de nuestros juicios convencionales acerca de la amistad. Permítanme recordarles uno por uno de ellos. La primera es que existen grandes dificultades en la manera de lograr una amistad para la mayoría de nosotros y que, si uno cree otra cosa, eso podría ser porque uno ha fracasado en distinguir la amistad de otros tipos valiosos de relación, familiar, colegial, y otras diferentes.

Mi segunda conclusión es que las amistades son, al menos para la vasta mayoría de nosotros, algo indispensable, si procuramos llevar una buena vida, y eso es en parte, aunque no solo, porque necesitamos otros que nos digan sinceramente lo que necesitamos conocer acerca de nosotros mismos. En efecto, nosotros necesitamos de otros que se preocupen por la verdad y la falsedad. Pero, si la amistad es, a la vez, indispensable y también algo muy difícil de obtener, nosotros podríamos ser propensos, o bien a caer en la desesperación, o bien ser víctimas de aquellos que pretender tener recetas para fabricar amistades. Ninguna respuesta está garantizada. Porque mi tercera conclusión es que la amistad no es un logro sino un regalo.

Fue la reflexión sobre la explicación del Aquinate acerca del lugar del don sobrenatural de la caridad en nuestras vidas lo que me llevó a esa conclusión. Pero he enfatizado y ahora subrayo que hay suficientes motivos seculares para arribar a esa conclusión. De esto no se sigue que las amistades no necesitan ser sostenidas por el trabajo, por un agradecido trabajo. Ni tampoco se sigue que no podemos prepararnos a nosotros mismos para la amistad. Porque resulta, y esta es mi cuarta conclusión, que las cualidades humanas que nos conducen a estar abiertos a la amistad son, en efecto, virtudes, excelencias que tienen que ser valoradas por nuestro propio bien.

En quinto lugar y finalmente, es entonces poco sorprendente que aquellas cualidades humanas que son incompatibles con la apertura a la amistad, y más notablemente aquellas que son tales porque exigen una indiferencia hacia la verdad, son vicios. Entonces, resulta que nosotros no podemos dar una descripción adecuada de la amistad sin relacionarla con cierta clase de vicios y virtudes, aun cuando esa descripción no es, en aspectos importantes, ni aristotélica no ciceroniana. ¿De quién, entonces, tenemos que aprender lo que la amistad es? En una parte importante, podría parecer que yo he sugerido, del Aquinate, pero decir eso es erróneo. Porque nosotros aprendemos de nuestros amigos aquello que la amistad es.


Is friendship possible? (Parte IV)


IV

En la primera parte de esta comunicación, presenté argumentos destinados a mostrar que, especialmente bajo las condiciones de la modernidad tardía, la amistad es algo difícil, incluso quizá imposible, de obtener. En la segunda parte, presenté argumentos diseñados para mostrar que las amistades buenas son indispensables, su que llevar vidas que valgan la pena. Pero en ambos casos mis argumentos daban por supuesta una concepción de las amistades como logros, no como algo que es un don. ¿Qué hace entonces la diferencia, si entendemos las amistades como dones?
En primer lugar, por supuesto, y más evidentemente, tenemos que reconocer que las buenas amistades pueden acontecer en ámbitos donde no tenemos razón para esperarlas, y pueden florecer en circunstancias que podrían aparecer como impropias y difíciles. Necesitamos estar abiertos a la posibilidad de la amistad, como comenté tempranamente, pero, como también ya he notado, puede no haber recetas para transformas las relaciones amistosas en amistades. Las amistades son algo impredecible.

En segundo lugar, y tan importante como lo anterior, tenemos que entender la relación entre las amistades y el crecimiento en el ejercicio de las virtudes de un nuevo modo. Es frecuente el caso de que las amistades proveen, a aquellos que son amigos, con lo que más necesitan, con lo que ellos no pueden encontrar en otra parte, si es que los amigos llegan a ser buenos, o al menos significativamente mejores de lo que previamente eran. Donde Aristóteles y Cicerón reclaman que las buenas amistades solo pueden darse entre aquellos que ya son buenos, nosotros tenemos que aprender a entender, en ocasiones, a la amistad como un tipo de prólogo a la virtud. ¿Y eso por qué?

Las buenas amistades son un medio para el auto-conocimiento. Las amistades sobreviven y florecer, como observé previamente, solo si cada amigo puede confiar en la veracidad de los otros. Y sin el autoconocimiento que es un resultado de tal veracidad todos nosotros seremos propensos a convertirnos en víctima de nuestra propia autoindulgentes fantasías. Nosotros nos imaginamos más encantadores de lo que somos, más interesantes de lo que somos, más capaces de lo que somos. Tales fantasías encuentran expresión en nuestras malas elecciones. De modo que, si vamos a elegir bien, necesitamos en autoconocimiento ofrecido por la amistad. Sin embargo, es el la persecución de los bienes comunes de la amistad que descubrimos que solo podemos obtener aquellos bienes si actuamos más justamente, más generosamente, de modo más temperado, y más valientemente de los que hasta aquí hemos actuado. Tal como las familias, cuando están en buen orden, son espacios para la educación en las virtudes en los comienzos de nuestras vidas, así pueden serlo las amistades en la edad adulta.

Aristóteles sostuvo que: “cuando los seres humanos son amigos, ellos no necesitan la justicia” (EN VIII, 1155a 26). Al hacerlo, ignoró todas aquellas situaciones en las cuales lo que un amigo valora más en otro es su persistencia en las justicia en circunstancias difíciles, o su disposición a reconocer que ha actuado injustamente, o bien hacia el amigo o bien hacia algún otro, y su reconocimiento de que ahora debe remediar el error que ha cometido.  Cada amistad que perdura por un considerable período de tiempo experimenta vicisitudes y momentos de crisis, momentos que pueden ser una ocasión para el crecimiento moral. El Aquinate tomó debida nota de una característica de la amistad que Aristóteles ignoró, cuando observó que: “cuando un hombre tiene amistad con alguien, él ama, por su bien, todas las cosas que a este le pertenecen, ya sean sus hijos, sirvientes, o lo relacionado con él en cualquier modo. En efecto, amamos tanto a nuestros amigos, que por su bien amamos todas las cosas que a ellos le pertenecen, incluso si ellas nos lastiman o nos odian” (S.T. IIa-IIae, 23, art.1, resp. obj.2). Esto es como decir, yo solo puedo cuidar de tu bien, si también cuido del bien de aquellos otros que tú tienes que cuidar. Así, el vínculo de la amistad es inseparable de otros lazos sociales, algunas veces de un tipo altamente desagradable. Y actuar con consideración hacia aquellos lazos puede requerir un alto grado de prudencia y justicia, sin hablar de paciencia y generosidad. Aquí, nuevamente, Santo Tomás corrige a Aristóteles. 

Sin el regalo de las amistades, nuestra vida social sería muy diferente en una variedad de maneras. La pregunta que surge es si las extendidas redes que componen nuestras vidas podrían ser sostenidas, si valoramos nuestras relaciones solo por su utilidad o por los placeres intermitentes que ellas nos ofrecen. Sustrae las amistades y mucho de la vida sería también descolorido. Al decir esto, no estoy desvalorizando los lazos de la vida familiar, o del lugar del trabajo, o de esas actividades en las que nos comprometemos en artes o deportes. Pero los amigos, como seguimos necesitando recordarnos a nosotros mismos, se preocupan de nosotros por lo que somos y no solo porque contribuimos a esta o aquella actividad. Estar así cuidados, nos da razón, como el Aquinate indica, para evaluar una variedad de otros tipos de relaciones.

La amistad, así entendida es, por lo tanto, algo que tenemos razón para celebrar, pero tal amistad puede también presentar una amenaza. ¿Hacia qué? Una amenaza al valor que nosotros ponemos en nuestra autonomía como agentes morales. Aquí el punto de vista de Kant acierta mucho más en el punto. En su tratamiento maduro de la amistad, en la segunda parte de su Metafísica de las costumbres definió la amistad como “la unión de dos personal a través de un igual amor y respeto mutuo”. El amor atrae, pero el respecto nos exige mantener nuestra distancia. Es “un gran peso sentirse a uno mismo ligado al destino de otros y cargado con las responsabilidades ajenas”. Además, si alguno acepta un beneficio de otro, entonces existe un propósito de alcanzar una igualdad de respeto entre ellos, ya que el que recibe el beneficio “se ve a sí mismo claramente como en un escalón más bajo, ya que está obligado y, todavía, no es recíprocamente capaz de obligar”. Entonces, la igualdad requerida por la amistad es destruida. Lo que la concepción kantiana del agente moral autónomo excluye es la posibilidad de tener un cuidado fuera de todo cálculo por el bien del otro, de modo que las cuestiones acerca de la equidad y la inequidad en el dar y el recibir no son planteadas.
Cuando ellas surgen, es un signo seguro de que la relación en cuestión no es una amistad como yo la he estado describiendo, no es la amistad como un don. Este tipo de amistad se hizo invisible, para Kant de la misma manera que más tarde lo fue para Nietzsche. Y no es algo sin importancia que Kant, y un tan notorio antikantiano como Nietzsche, deban tener esto en común. Ellos, como muchos otros, comparten una concepción de un tipo de independencia que un agente que se respete a sí mismo debe tener, se trata de un tipo de independencia que excluye el estar abierto a la amistad como un don.


 Conferencia sobre MacIntyre impartida en el Centro de Estudios Educativos "Rigans Montes":