Tras la Virtud: síntesis

Comparto una síntesis personal de la obra cumbre de nuestro autor . Este esquema fue presentado a modo de locución en el Studium organizado por el Centro de Humanidades Josef Pieper en septiembre del año 2015

(los números entre paréntesis indican el capítulo del libro del cual se encuentra extraído lo sintetizado en el párrafo)

1) Estado actual de la vida moral en nuestras sociedades (Denuncia).


El autor comienza su libro afirmando que nuestra cultura se encuentra en una grave de crisis respecto de lo moral. La sustancia de la moral ha sido destruida en nuestras sociedades. Poseemos –dice– simulacros de moral. Muchas de las palabras que informan nuestro discurso moral cotidiano se encontraban originariamente integradas en cuerpos de teoría (en una concepción teóricamente fundada de lo que es el hombre y cuál es su destino) surgidos en un determinado contexto social (propio de la cultura clásica, pre-moderna) en los que encontraban su más pleno significado; dichas nociones se encuentran ahora “desarraigadas” de aquellos contextos teórico-sociales (por lo tanto, “no nos dicen nada”.
Frente a la crisis, MacIntyre afirma que no podemos aspirar a un remedio general (a una restauración completa de la sociedad expresada en un cambio sustancial de sus instituciones dominantes). Pero tampoco cabe ser pesimistas: “el pesimismo” es un lujo que no podemos darnos. (1y 2)

2) Etapas en la historia moral de Occidente:

El autor distingue 3 etapas en la historia moral de Occidente:

  • a) la clásica/pre-moderna (de Sócrates a Tomás): Aquí la teoría y la práctica de la moral se fundan en normas objetivas, que proveen de justificación racional a las acciones humanas. La pregunta fundamental de las morales pre-modernas es la siguiente: ¿qué clase de persona voy a ser? (9)
  • b) Ilustración: Rechaza la posibilidad de conocer la esencia humana y el teleologismo, es decir, la idea de que la vida humana en su conjunto se halle orientada a Dios como a su Bien Supremo. ´De ahí que –según el autor– fracase el proyecto de suministrar justi­ficación racional para las normas. Ahora, el problema fundamental de la filosofía moral se resume en la siguiente pregunta: ¿qué reglas debemos seguir y por qué tenemos que hacerlo?
  • c) emotivismo: etapa actual
(Me detendré ahora, brevemente, en como el autor describe el esquema moral propio de la etapa clásica y su posterior “crisis”, para luego adentrarme con más detenimiento en la descripción y crítica que realiza del emotivismo moral y de la sociedad liberal en la que este se inserta).

3) Esquema moral de la etapa clásica:

El autor califica de teleológico al esquema moral del hombre pre-moderno. Dentro de ese esquema es fundamental el contraste entre…
·         “el hombre tal como es” (no esencialmente sin fácticamente; tal como vive y se comporta ahora en lo que nosotros diríamos su estado de naturaleza caída) y
·         “el hombre tal como podría ser” si realizara su naturaleza esencial (si alcanzara su fin propio)”.
El “hombre tal como es” es discordante respecto de los preceptos de la ética; se encuentra en un estado inadecuado, necesitado de transformación. La ética es, precisamente, la ciencia que muestra a los hombres el camino para realizar el tránsito del primer estado al segundo. Determina cuál es el telos humano y cuáles son los preceptos y virtudes que es necesario cumplir y adquirir para alcanzarlo (los preceptos morales que es necesario obedecer serían entonces como “la tercera e imprescindible pata” del esquema). En este esquema es fundamental la virtud de la prudencia, pues ella es la que determina cuál es la acción concreta y correcta que ha de realizarse –aquí y ahora– para orientarse a dicho telos.
Para el autor, el esquema teleológico “triple” (aristotélico y tomista) es inteligible sólo si cada uno de los elementos se mantienen y relacionan entre sí. Dicho esquema se afinca en la convicción de que nuestro entendimiento es capaz de conocer la naturaleza y el telos humano. La vida buena humana buscará entonces “encarnar” el fin último en las prácticas cotidiana. Las virtudes proporcionan las imprescindibles excelencias de inteligencia y carácter a partir de las cuales el telos puede ser alcanzado. Cito: “el rechazo de la tradición aristotélica fue el rechazo de un tipo muy concreto de la moralidad en donde las normas, tan predominantes en las concepciones modernas de la moral, se inscriben en un esquema más amplio cuyo lugar central está ocupado por las virtudes” pág. 315.

4) La noción de Virtud/ Las virtudes y las normas en la tradición clásica:

Las virtudes son para MacIntyre aquellas disposiciones de carácter y de entendimiento que nos posibilitan alcanzar los bienes verdaderos de nuestra especie. En contraposición, con los vicios se alcanza los “bienes” tan sólo aparentes.
Las virtudes son cualidades cuya posesión harán capaz a la persona de alcanzar la eudaimonia, el verdadero bien humano; no son un mero instrumento para, un simple medio, sino que son parte esencial y necesaria de la vida buena →sin virtudes no hay eudaimonía
Si hay virtud, se siente bien, se elige bien y se obra bien. Las virtudes son disposiciones para “sentir de manera particular”. Actuar virtuosamente no es actuar contra la inclinación, sino desde una inclinación educada por la virtud. El hombre virtuoso  hace lo que es virtuoso porque es virtuoso.
Las virtudes auténticas son siempre un obstáculo potencial para la ambición de bienes externos tales como el prestigio, el dinero dinero y poder. El cultivo de las virtudes siempre puede impedir el logro de bienes externos que son la marca mundana del éxito. Cito: “el camino hacia el éxito en Filadelfia y el camino hacia el cielo, después de todo, quizá no coincidan”.
Una virtud no es una disposición que se ponga en práctica para tener éxito solamente en un tipo particular de situación. MacIntyre distingue entre virtudes y habilidades profesionales (aquello que se suele llamar “virtudes” de un buen administrador). Alguien que posea auténticamente una virtud seguramente la manifestará en situaciones muy diversas, en muchas de las cuales no podrá aspirar a ninguna pretensión de “eficacia” tal como se espera de la habilidad profesional. Las virtudes son inteligibles como características de una vida que puede ser valorada y concebida «como un todo».
Por lo tanto, las virtudes deben entenderse como aquellas excelencias de carácter que nos sostendrán en el tipo pertinente de búsqueda de lo bueno (de lo bueno para mí qua ser humano), ayudándonos a vencer los riesgos y distracciones que toda búsqueda implica. Las virtudes nos ayudan a mantener aquellas comunidades familiares y políticas que los hombres necesitamos para buscar juntos el bien, para una indagación filosófica acerca del carácter de lo bueno como telos. Las virtudes nos sostienen, a nosotros y a las comunidades de las cuales formamos parte, en la búsqueda de lo bueno como telos último de la vida humana.
Solamente las virtudes pueden mantener viva a una tradición. Las virtudes nos sirven también para sostener aquellas tradiciones de pensamiento que proporcionan, tanto a las prácticas como a las vidas individuales, parte de su sentido e inteligibilidad.
Una moral de las virtudes requiere como contrapartida un concepto de ley moral. Sin embargo, el ejercicio de la virtud no es una mera aplicación de normas. El autor recuerda que Aristóteles apenas si menciona a las normas en su ética. En este sentido, señala que dicha omisión es la más asombrosa para cualquier lector moderno (ocurre que las normas están públicamente proclamadas  por las leyes de la polis; están además leyes eternas no escritas, las cuales, determinan sobremanera lo que debe hacerse. Recuérdese el caso de Antígona. Aristóteles insiste, por tanto, en que hay normas de justicia naturales y universales, además de las convencionales y locales)
MacIntyre propone dilucidar la relación entre las virtudes y las leyes a partir de la siguiente consideración. Se pregunta ¿qué implicaría, en cualquier época, fundar una comunidad para alcanzar un bien compartido por todos? Los que participan en tal proyecto necesitan cualidades de inteligencia y de carácter que contribuyan a la realización de dicho bien común. Además necesitan identificar ciertos tipos de acciones entendidos como dañinos y que hicieran imposible alcanzar este bien compartido (delitos que no deben ser tolerados). La persona que comete tales delitos debe ser excluida y, de algún modo, se excluye a sí misma de la comunidad (la comunidad falla si no excluye al que comete tales delitos, ya sea de forma temporal o permanente, según la gravedad del delito). Asimismo, un miembro puede fallar de dos maneras: pueden faltarle las virtudes a tal punto que su contribución al bien común sea despreciable (de esta manera se falla sin cometer delito). Se falla no siendo lo bastante bueno que puede uno llegar a ser. También ser falla cometiendo un delito contra la ley. Ambos tipos de fallos impiden a la comunidad alcanzar su bien, sin el cual la misma comunidad no tiene objeto de existir. Para la vida de una comunidad son esenciales el acuerdo respecto a las virtudes, las normas y los bienes. Si se da esa forma de acuerdo, surge entonces la amistad (12)

5) Crisis del esquema:

Cuando entra en escena el pensamiento protestante se comienza a pensar que la razón humana, al ser destruida por el pecado, no puede dar ninguna comprensión de la naturaleza humana ni de su último fin. Posteriormente la ciencia y la filosofía moderna –esencialmente anti aristotélicas– rechazan toda visión teológica (ya del cosmos en general; ya de la naturaleza humana en particular). Rechazan toda comprensión del hombre como poseedor de una esencia que defina su verdadero fin. Consecuencias de la crisis:
Como puede observarse, se produce la “caída” de la tercera pata de este esquema clásico. → Desde esta perspectiva, queda trunca (invalidada) toda concepción de la ética consistente en capacitar al hombre para que pase de su “estadio presente” a su “verdadero fin”. Al no poder conocerse la esencia humana tampoco puede conocerse el telos.
Por tanto, quedan sólo “dos patas” esquema moral propio del hombre pre-moderno:
·         la descripción fáctica del “hombre tal cual es”
·         lo preceptivo  (las normas morales heredadas de la tradición clásica)
Pero –afirma el autor– ocurre que los mandatos morales (preceptos cuyo virtuoso cumplimiento conduce al telos) no pueden ser “deducidos” de una descripción de aquello que el hombre empíricamente es, pues dichos preceptos vienen precisamente a educar, a corregir y encauzar dicha presente situación. (De aquí el fracaso del proyecto ilustrado de justificar racionalmente la moral). Cito: “Prívese a las normas del contexto cultural, de la visión del mundo que las dotaba de significado (del fondo de creencias –respecto del hombre y su destino– a cuya luz fueron inteligibles) y entonces aparecerán como un conjunto de prohibiciones arbitrarias”.
Y esto es lo que Nietzsche denunció en su crítica radical a la modernidad (crítica que según el autor no alcanza al aristotelismo): las normas morales no son más que la expresión de la voluntad arbitraria; entonces (dirá Nietzche), mi moral sólo puede ser lo que mi voluntad ha se ha creado. Yo mismo debo hacer existir “nuevas tablas” de lo que es bueno. Destruyamos el entronizamiento cultural de la razón y pongamos en su lugar a la voluntad de poder (9) (143/4)

6) El emotivismo:

Sostiene el autor (cito): “Mi propuesta debe definirse en términos de enfrentamiento con el emotivismo”. El emotivismo es una concepción filosófica según la cual lo juicios de valor y, más específicamente, los juicios morales, no son más que expresiones de sentimientos o preferencias. Desde esta perspectiva teórica, la manifestación pública de juicios de valor se orienta principalmente a transformar los sentimientos y preferencias de los otros con el propósito de que se “amolden” a los nuestros. Se trata por tanto de una finalidad esencialmente manipuladora. Para el emotivismo contemporáneo cada individuo se esfuerza principalmente por hacer eficaz su propia y arbitraria voluntad. Su fin es el “éxito” en obtener lo que quiere.
Por tanto, el emotivismo entraña el dejar de lado cualquier distinción entre relaciones sociales manipuladoras y no manipuladoras. Una relación manipuladora es un tipo de relación no informado por la moral. Se trata del otro como un medio para nuestros fines, como un instrumento para nuestros propósitos. En contraposición, una relación no-manipuladora, es una relación informada la moral. Se trata al otro como un fin en sí mismo. Entonces: a) se ofrece a los demás buenas razones para que actúen de un modo y no de otro (se les ofrece criterios objetivos, impersonales de acción). b) se da a los otros la posibilidad de que evalúen por sí mismos dichas razones, que las sometan a su propio juicio. (3).
Para el emotivismo el juicio: “esto es bueno” significa “yo apruebo esto, me agrada, hazlo tú también”. En contraposición, al afirmar “esto es malo”, no se está apelando a un criterio objetivo de valoración, sino simplemente manifestando una preferencia subjetiva. Significa: “yo desapruebo esto; desapruébalo tú también” (2)
Para el emotivismo, toda discusión filosófica respecto de los valores fue, es y será inacabable, ya que los juicios de valor (dentro de los cuales –como se dijo– se ubican los juicios específicamente morales) no poseen valor de verdad. Para el emotivismo la razón nada puede decir en relación a los fines que deben guiar nuestra conducta moral. Los valores-fines son creados por decisiones humanas. Aquí, los juicios de valor se contraponen a los denominados juicios fácticos (juicios acerca de hechos), de los cuales, sí podría postularse que son verdaderos o falsos. De ahí que, para este corriente de pensamiento, la imposibilidad de alcanzar un acuerdo social en relación a lo moral no sería entonces tan solo algo característico de nuestra cultura, sino algo propio de la moral en cuanto tal (→ los acuerdos morales que pudieron haberse alcanzado en determinados tiempos y sociedades no serían entonces expresión de un verdadero consenso comunitario, sino tan solo la imposición al cuerpo social de la voluntad de un grupo dominante) (2)
En síntesis: el emotivismo intenta reducir la moral a preferencias personales (o lo que es lo mismo, “acabar con la moral”). Por lo tanto, para el emotivismo no hay, ni puede haber, justificación racional alguna para las normas. No es posible influir en la conducta de los otros apelando a criterios de verdad objetivos, porque tales criterios no existen.
En consecuencia con todo lo anterior, el emotivismo concibe al mundo social es como una especie de foro para las voluntades individuales; un campo de batalla donde se lucha por dar satisfacción a las propias preferencias. (3)

7) Una cultura específicamente emotivista:

Cito: Actualmente, el emotivismo es ampliamente aceptado. Las personas corrientes suelen pensar que las pretensiones de objetividad de los juicios morales son injustificadas. Vivimos una cultura específicamente el emotivista. Una amplia variedad de nuestros modos de conducta, al menos en el ámbito de nuestras prácticas cotidianas, presuponen nuestra aceptación del emotivismo (aún cuando no sea éste una concepción teórica conscientemente asumida). Hoy la gente piensa, habla y actúa en gran medida como si el emotivismo fuera verdadero. El emotivismo está incorporado a nuestra cultura y esto marca una grave pérdida cultural.
En el mundo social contemporáneo existen, según el autor, determinados personajes que “encarnan” el emotivismo. En cada cultura existen determinados funciones sociales que se constituyen en personajes, es decir, determinados “papeles” que ponen de manifiesto los valores y principios sobre los que dicha cultura se asienta. Un personaje es un tipo de papel social dominante que condiciona enteramente las acciones de aquellos que, más o menos libremente, los han asumido. La “personalidad de estos personajes” se encuentra enteramente determinada por su rol social. MacIntyre destaca tres personajes propios de la cultura emotivista:
  • el rico esteta: es un personaje sobrado de medios (recursos económicos) que interpreta la realidad como una serie de oportunidades para su gozo; su mayor enemigo es el aburrimiento. Su “cualidad” más característica es la codicia (para el autor en el mundo moderno se ha perdido de vista la noción de que el deseo indiscriminado de tener más (la codicia) deba considerarse un vicio. (11)
  • el gerente burocrático: se haya inserto en el contexto de las instituciones públicas y privadas; posee una racionalidad eminentemente instrumental, consistente en ajustar medios (es decir, recursos económicos siempre escasos) a fines determinados (fundamentalmente por los intereses del mercado) de manera eficaz. Esta es la tarea central del  gerente burócrata. (7). Las personas son para él “recursos humanos”.
  • el terapeuta: su labor fundamental sería la colaborar con las personas para que se “liberen” de sus síntomas neuróticos (muchos de los cuales tendrían su origen en la falta de sentido, de una verdadera teleología que dote de coherencia y sentido de unidad a la vida humana). El terapeuta no aconseja sobre el bien humano porque la verdadera “liberación” está en admitir que no existe otra orientación para la vida humana que aquella que cada uno quiera otorgarle.
8) La Modernidad/ El liberalismo:

El emotivismo como concepción filosófica se inserta en el más amplio contexto del liberalismo cultural y político. Tras la Virtud se constituye claramente en una confrontación de la tradición clásica (de Sócrates a Tomás) con las voces de los liberales modernos. Cito: “así, al fin y al cabo, la oposición moral fundamental es la que se da entre el individualismo liberal y la tradición aristotélica”.
La doctrina central del liberalismo moderno es la tesis de que las preguntas acerca de la vida buena para el hombre (los planteos sobre los fines de la vida humana) se contemplan desde el punto de vista público como sistemáticamente y implanteables (dichas cuestiones pertenecen al ámbito privado de cada persona). Esta tesis se fundaría en el convencimiento de que la multiplicidad y heterogeneidad de los bienes posibles para el hombre es tal que su búsqueda no puede conciliarse con un orden moral o político homogéneo. Para el liberalismo, es absurdo postular (y hasta podría ser políticamente “peligroso” defender una teoría de los bienes para el conjunto de los seres humanos) El liberalismo cultural ve como algo irracional concebir la vida humana como una unidad orientada hacia un bien supremo posible de ser alcanzado sólo mediante las virtudes 14.
Según el pensamiento liberal, la sociedad se funda en un “contrato”, en un acuerdo consensuado sobre normas de justicia y el derecho. Como se desprende de lo dicho, dichas reglas de justicia no se justifican en términos de una concepción del bien humano (lo justo-público y lo bueno-privado son esferas totalmente independientes) MacIntyre tiene aquí en mente a Rawls y su Teoría de la Justicia de Rawls.
El liberalismo moderno (nuestro tiempo) ve como una conquista meritoria el hecho de que cada individuo pueda elegir su propia y singular concepción del bien (ve como una conquista la libertad de elegir valores, de elegir cada uno lo bueno y lo malo). Como se dijo, la sociedad es sólo del terreno donde cada individuo persigue el concepto de buen vivir que ha elegido por sí mismo y las instituciones políticas sólo existen para proveer el orden que hace posible esta actividad autónoma. El liberalismo sostiene que gobierno y la ley deben ser “neutrales” entre las concepciones rivales del buen vivir. Por lo tanto, aunque sea tarea del gobierno promover la obediencia a la ley, según la opinión liberal no es parte de la función del gobierno inculcar ninguna perspectiva moral. El estado liberal moderno dice ser “neutral” respecto a las distintas concepciones de bien, pero en realidad se hace “defensor” a ultranza de las concepciones individualistas y de los valores del mercado en desmedro de aquello que el autor denomina la tradición de virtudes. Las instituciones de la sociedad moderna comercial se tornan peligrosas para el desarrollo de las virtudes. Ciertas formas institucionales armonizan con la vida virtuosa; otras, en cambio, la amenazan. En una sociedad como la nuestra que sólo reconoce los bienes externos (éxito, dinero, poder) la competitividad será el rasgo dominante y aún el exclusivo. En una sociedad donde haya llegado a ser dominante la búsqueda de bienes externos, cabría esperar una decadencia de las virtudes, aún cuando pueden abundar los simulacros” de virtud. Se finge amabilidad, cortesía, consideración de los otros solo como una máscara para obtener reconocimiento y poder.
La noción de comunidad entendida como vinculación de las personas sustentada en una concepción compartida del bien humano, es ajena al individualismo liberal. En nuestro presente cultural, no tenemos (a excepción de la Iglesia) ningún concepto de esa forma de comunidad interesada por la vida humana “como un todo” (no se habla aquí de una agrupación interesada por este o aquel bien particular, sino por el bien del hombre en cuanto tal).
La sociedad liberal moderna no puede sino por ser una “colección de ciudadanos” de ninguna parte que se han agrupado para su común protección. Poseen, como mucho, esa forma inferior de amistad que se funda en el mutuo beneficio (en la utilidad mutua). Nuestras sociedades han abandonado la unidad moral, de aquí que sea inevitable la ausencia de auténticos lazos de amistad. Cito: “Para nosotros ya no es evidente que la amistad, la compañía y la ciudadanía sean componentes esenciales de la buena vida humana”.
En nuestro tiempo asistimos al predominio de una racionalidad secular, la religión ya no provee ese trasfondo de convicciones morales compartidas que, previamente a la modernidad, dio fundamento a las acciones morales y hizo posible la vida común (4). Los filósofos modernos pensaron que el desarraigarse del teísmo y de los modos teleológicos de pensar (el concebir la existencia humana –y la realidad en su conjunto– como orientada hacia un supremo bien) constituiría una suerte de “liberación del yo” (una emancipación de aquellas formas o papeles sociales que antiguamente lo habían aprisionado); la consecución por parte del yo de su verdadera autonomía. MacIntyre ve este hecho como una transición hacia la anomia más que hacia la autonomía. El agente individual, liberado de la teleología y de la teología se concibe ahora como soberano en su autoridad moral; surge entonces, inevitablemente, el problema de “combinar” semejante autonomía con el mantenimiento de normas morales comunes y objetivas (6). El precio pagado por la liberación de lo que parecía ser la autoridad externa de la moral tradicional fue la pérdida de cualquier contenido en la noción de autoridad (la idea de autoridad es algo “vacío”). El agente moral ya no es “constreñido” ni por la ley divina, ni por la teleología natural, ni por la autoridad social → ¿por qué –se pregunta el autor– habría de obedecer a alguien? (6)
Surge, por tanto, una cierta paradoja en la experiencia moral contemporánea: por un lado, cada sujeto está acostumbrado a percibirse como un agente moral autónomo; cada sujeto busca “encarnar” sus propios principios morales (y sucede que no encuentra en la vida pública otro modo de hacerlo que no conlleve una cierta manipulación de los demás); por otra parte, este hombre “libre” dejó de “someterse” a la moral tradicional para someterse a paradigmas estéticos, al consumismo masivo y a una burocracia privada y estatal que lo aprisiona.
La modernidad fragmenta cada vida humana en multiplicidad de segmentos, cada uno de ellos sometido a sus propias normas y modos de conducta. Esto impide a las personar “encarar su vida humana como un todo, como una unidad con un telos adecuado”. Así, el trabajo se separa del ocio, la vida privada de la esfera pública, lo corporativo de lo personal. El autor enfatiza el hecho de que no se nos ha enseñado a pensar en “la unidad de la vida”. La unidad de la vida humana se torna invisible cuando se realiza una separación tajante entre el individuo y los papeles, o entre los diversos papeles desempeñados en una vida individual, de tal manera que la vida termina por padecer una serie de episodios sin conexión, una suerte de “liquidación del yo” muy típica de la modernidad. Un yo así concebido carece de aquel ámbito de relaciones sociales donde pueden ejercerse las virtudes. La modernidad rechazó las relaciones sociales convencionales acusándolas de inautenticidad (relaciones en las que el yo y sus papeles forman una unidad indisoluble); dicho rechazo trajo como resultado que la integridad del yo se degrade. (15)
Nuestra sociedad carece de principios morales compartidos. En términos del “pluralismo” que amenaza con sumergirnos, se hace imposible el logro de un consenso moral. Cito: “bajo la máscara de una retórica política pluralista se esconde la profundidad de nuestros conflictos sociales modernos. Y eso conlleva a que la política moderna no pueda ser asunto de consenso moral auténtico. La política moderna es una guerra civil continuada por otros medios. En nuestra sociedad las leyes civiles se acomodan a las circunstancias concretas con el propósito de “ajustar las pretensiones de las partes y asegurar la paz”.  pág. 311.
Nuestra sociedad carece de base sólida. Cuando Aristóteles alabó la justicia como primera virtud de la vida política, quiso sugerir que la comunidad que careciera de acuerdo práctico sobre la justicia carecería también de base, de fundamento. Nuestra sociedad carece de tal acuerdo, por lo tanto, la carencia de base sólida amenaza a nuestra sociedad.
En los siglos xvii y xviii se comenzó a pensar que la noción de un bien compartido por el hombre debía considerarse una “quimera aristotélica”. Cada hombre busca por naturaleza satisfacer sus propios deseos. En la opinión tradicional mi bien como hombre se identifica con el bien de aquellos otros que constituyen conmigo la comunidad humana. No puedo perseguir mi bien de ninguna manera que sea necesariamente antagónica del tuyo. 281(16). En una sociedad donde ya no existe un concepto compartido del bien de la comunidad definido como bien para el hombre, tampoco puede existir concepto alguno sustancial de lo que más o menos contribuya al logro de ese bien (o se de las virtudes) pág. 285 (16) La modernidad tiene a excluir cualquier concepto de sociedad como comunidad unida por una visión compartida del bien del hombre (previo e independiente de cualquier suma de intereses individuales). (16)
MacIntyre se sirve de la oposición que establece el filósofo danés Kierkegaard entre los modos de vida ético y estético a fin de comparar la concepción tradicional de la vida con la forma de vida moderna. La vida estética moderna es aquella en que la vida humana se disuelve en una serie de momentos presentes heterogéneos, separados entre sí; aquí se pierde de vista la unidad de la vida humana. Por el contrario, en la vida ética los compromisos y responsabilidades con el futuro surgen de episodios pasados en que se contrajeron obligaciones; y los deberes asumidos unen el presente con el pasado y el futuro de modo que conforman así la unidad de la vida humana (16)
En el mundo típicamente moderno se amenaza especialmente la integridad de la personalidad. Esa unidad de vida postulada por la tradición clásica que ha de ser continuamente reafirmada. Para su reafirmación se necesita particularmente la virtud de la constancia.
Nuestra sociedad ha desplazado la virtud del patriotismo. El patriotismo no puede ser lo que era porque  carecemos de patria en sentido completo.  Los liberales han mantenido una actitud negativa hacia el patriotismo debido en parte a su fidelidad a unos valores universales y en parte a causa de la justificada sospecha de que el patriotismo ha servido a menudo de fachada para esconder el imperialismo […] la práctica del patriotismo como virtud no es posible en las sociedades modernas. Puesto que en cualquier sociedad en que el gobierno no representa a la comunidad moral de los ciudadanos, sino que expresa simplemente un conjunto de convenios institucionales para imponer la unidad burocrática una sociedad que carece de consenso moral auténtico, en dichas formas sociales es confusa la naturaleza de la obligación política. El patriotismo fue una virtud fundada en la vinculación primaria a la comunidad moral y, sólo en segundo lugar, una disposición hacia el gobierno de esa comunidad. La lealtad a mi país, a mi comunidad, es una virtud primordial que se diferencia de la obediencia al gobierno que casualmente mande (17).
Se llega por tanto a una contraposición irreconciliable entre el individuo “hijo de la modernidad” y la concepción de persona propia de la tradición clásica. Esto es, precisamente, lo que intentaré describir con más detalle en los párrafos que siguen.

9) Individuo y Persona:

Cito: “Cuando se inventó el yo distintivamente moderno, lo que se intentó fue el individuo. Ahora bien, esta transformación del yo sólo es inteligible como producto final de un proceso de cambio histórico desde los modos clásicos, tradicionales, pre-modernos de existencia, hasta las formas contemporáneas del emotivismo.
Previamente al advenimiento de la modernidad, las personas se entendían a sí mismas como esencialmente perteneciente a diversas comunidades. Este “lugar concreto” dentro de un conjunto de relaciones sociales definía en gran medida las obligaciones morales de la persona. Estas características no eran algo que los seres humanos pudieran “sacarse de encima” para descubrir su yo real. Las personas son fundamentalmente personas sociales (animales políticos) y a falta de este lugar concreto en determinados grupos, dichas personas son nadie, son forasteros, sin que casta. Esta natural pertenencia a determinados grupos e instituciones no implica una negación de lo que hoy llamaríamos movilidad social (el que nació pobre debe morir pobre, etc.), sino que constituye el auxilio necesario para que las personas puedan orientarse hacia el verdadero telos de los seres humanos. Este modo de entender a las personas dejó de practicarse –sostiene el autor– en algún punto del “progreso” hacia la modernidad.
Dentro de la tradición clásica “ser hombre es desempeñar una serie de papeles sociales”, por tanto, es posible llamar a alguien bueno o malo, pues siempre puede “verificarse” factualmente si cumple o no con aquello que sus funciones exigen. Sólo mediante el cumplimiento de sus papeles sociales alcanza el individuo los bienes específicamente humanos. La persona lleva consigo sus papeles comunitarios como parte de la definición de su yo: yo me enfrento al mundo como miembro de esta familia, de esta comunidad religiosa, de estudio o trabajo, como vecino de esta ciudad, no hay otro “yo” fuera de todo eso. Tengo que buscar el bien humano siempre como parte de una comunidad. (13) Por lo tanto, lo bueno para mí es, en gran medida, lo bueno para quien habite esos papeles. La identidad social hace que yo sea heredero de un conjunto de deberes y obligaciones. Estas constituyen los datos previos de mi vida, mi punto de partida moral. (15) Para MacIntyre el intentar desgajarme de mi pasado a la manera individualista es deformar mis relaciones presentes.
Ahora bien, el hecho de que el  yo deba encontrar su identidad moral por medio de comunidades como la familia, el vecindario, la ciudad, no entraña el admitir las limitaciones morales particulares de esas formas de comunidad; en el avanzar “desde esas particularidades” consiste el buscar el bien. Sin embargo la particularidad nunca puede ser negada o simplemente dejaba atrás. 272. (15). Yo soy, en gran parte, lo que he heredado; me guste o no, lo reconozca o no, un pasado específico está presente en mi presente, soy un eslabón y soporte de una tradición. (15)
En contraposición, el yo emotivista “triunfo” al desaparecer los límites proporcionados por lo que podría denominarse una identidad comunitaria y la convicción de que la vida humana se haya orientada hacia un telos último (asistimos a un yo liberado de las supersticiones de la teleología/ para el individuo moderno la vida no tiene sino la forma que nosotros decidimos proyectarle con nuestras fantasías). El yo propio del individualismo moderno siempre puede poner en cuestión los “rasgos sociales” de su existencia; no existe para él responsabilidad moral salvo la que haya libremente asumido. Puedo, por ejemplo, ser ciudadano de un país pero no responsable de de lo que mi país haga (15).
El yo emotivista (el individuo) es un yo sin criterios racionales de valoración moral; es un sujeto “libre” para escoger los fines que guiarán su conducta. Dichos fines son simplemente expresión de sus sentimientos y preferencias que no están gobernados por racionalidad alguna. El yo emotivista es un yo ahogado en la inmediatez de su experiencia presente, de sus actuales deseos, sin posibilidad alguna de elegir, mediante un criterio racional, entre ellos. La mayoría de las personas que viven en nuestra cultura consideran esto, no como una pérdida, sino como una ganancia.
Finalizaré este síntesis de las ideas expuestas por MacIntyre en Tras la Virtud con algunas citas textuales que considero sumamente significativas:
“espero que  mi argumentación ha se ha dejado claro que la tradición de las virtudes discrepa de ciertos rasgos centrales del orden económico moderno y en especial de su individualismo, de su afán adquisitivo y de su elevación de los valores del mercado al lugar social central. Ahora quedará claro también que con lleva además el rechazo el orden político moderno (17). Ello no quita que existan muchas tareas que sólo a través del gobierno se puede llevar a cabo y para las que aún se necesita su actuación: la norma de la ley debe ser vindicada, la injusticia y el sufrimiento inmerecido eliminado, la generosidad ejercida y la libertad defendida, todo lo cual sólo es posible en ocasiones por medio de las instituciones de gobierno”. (17).
“La política moderna, sea liberal, conservadora, radical socialista ha de ser simplemente rechazada desde el punto de vista de la auténtica fidelidad a la tradición de virtudes; porque la política moderna expresa en sí misma y en sus formas institucionales el rechazo sistemático de dicha tradición”. (17)
“Espero que ahora habrá quedado claro que yo no me limitaba a sumar argumentos contra las encarnaciones sociales del individualismo liberal,… sino que también sentaba las bases a favor de un planteamiento diferente para la sociedad en el que la tradición aristotélica pudiera encontrarse más cómoda. 318 Mi conclusión: La tradición aristotélica puede ser reformulada de tal manera que se restaure la racionalidad de nuestros compromisos morales y sociales. 318 (18).
Y por último: “
Aunque afirma que siempre resulta “peligroso” a hacer paralelismos históricos entre nuestra propia época y el imperio romano en decadencia hacia la edad oscura. No obstante, MacIntyre afirma: “Se dio un giro crucial en la antigüedad cuando hombres y mujeres de buena voluntad abandonaron la tarea de defender el imperio y dejaron de identificar la continuidad de la comunidad civil y moral con el mantenimiento de ese imperio. En su lugar se pusieron a buscar, a menudo sin darse cuenta completamente de lo que estaban haciendo, la construcción de nuevas formas de comunidad dentro de las cuales pudiera continuar la vida moral de tal modo que moralidad y civilidad sobrevivieran a las épocas de barbarie y oscuridad que se avecinaban. Si mi visión del estado actual de la moral es correcta, debemos concluir también que hemos alcanzado ese punto crítico. Lo que importa ahora es la construcción de formas locales de comunidad (y aquí su propuesta de valorizar las comunidades intermedias entre la familia y el estado), dentro de las cuales la civilidad, la vida moral y la vida intelectual puedan sostenerse a tra­vés de las nuevas edades oscuras que caen ya sobre nosotros. Y si la tradición de las virtudes fue capaz de sobrevivir a los horrores de las edades oscuras pasadas, no estamos enteramente faltos de esperanza. Sin embargo, en nuestra época los bárbaros no esperan al otro lado de las fronteras, sino que llevan gobernándonos hace algún tiempo. Y nuestra falta de conciencia de ello constituye parte de nuestra difícil situación. No estamos esperando a Godot, sino a otro, sin duda muy diferente, a San Benito. (18).









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 Conferencia sobre MacIntyre impartida en el Centro de Estudios Educativos "Rigans Montes":