Comparto una comunicación presentada en las III Jornadas Nacionales de
filosofía Moderna. Grupo Ratio UNMdP (9/2012)
Resumen:
La
siguiente comunicación procura mostrar el itinerario de reflexión seguido por
el filósofo escocés Alasdair MacIntyre en su intento de explicar por qué, de acuerdo a su particular
perspectiva, fracasó el Proyecto
Ilustrado de Fundamentación de la Moral. Sin abocarse a la tarea de una justificación erudita de sus convicciones,
MacIntyre señala en su libro dónde podrían radicar las inconsistencias teóricas
de intentos como los de Hume, Kant y Kierkegaard.
Desde la visión
macintyreana se muestra cómo el pensamiento ilustrado heredó (y asumió) una concepción
“restringida” de la razón. Para los pensadores ilustrados la razón se presenta como
incapaz para conocer la más íntima naturaleza del hombre y, consiguientemente, inhabilitada
para comprender el telos que
propiamente ella debe perseguir para realizar plenamente su esencia.
En este sentido, la
referencia al telos último de la vida
humana es, desde la posición teórica de nuestro autor, una pieza
fundamental para construir adecuadamente el edificio de la moral. La ausencia
de dicho horizonte ha tornado imposible toda fundamentación sólida y constituyo
el principal antecedente de nuestra actual cultura predominantemente emotivista en la que el desacuerdo moral
parece insuperable.
Siguiendo la motivación
macintyreana nuestro aporte consistirá simplemente en indicar la posibilidad de
recuperar la una idea de telos humano último –entendido como horizonte
de plenitud de las más íntimas posibilidades de nuestro ser– como medio para reflexionar
contemporáneamente sobre la vida moral e intentar arrojar nuevas (y antiguas)
luces sobre la conflictividad inherente a ella.
Comunicación:
La siguiente
comunicación procura mostrar el itinerario de reflexión seguido por el filósofo
escocés contemporáneo Alasdair MacIntyre en su intento de explicar por qué,
de acuerdo con su particular perspectiva, fracasó el Proyecto Ilustrado de Fundamentación de la Moral. Los límites
formales de una presentación como ésta, nos impiden desarrollar el tema de
manera exhaustiva. No obstante, confiamos en presentar de manera clara los
trazos fundamentales del pensamiento macintyreano. Nuestro aporte consiste simplemente
en la elaboración de un breve juicio sobre las limitaciones y valores de su
crítica.
En su reconocida obra Tras la Virtud A. MacIntyre sostiene que
la incapacidad de la sociedad contemporánea para resolver, de forma racional,
los conflictos morales más urgentes tiene su origen en lo que él denomina fracaso del Proyecto Ilustrado de Fundamentación de la Moral.
“… el fracaso de esa cultura [la
ilustración] en resolver sus problemas a la vez prácticos y filosóficos…
determinó la forma tanto de los problemas de nuestra filosofía académica como
de nuestros problemas sociales prácticos[1]…
[…]… la ruptura de este proyecto proporcionó el trasfondo histórico sobre el
cual llegan a ser inteligibles las dificultades de nuestra cultura”[2]
Actualmente suele generalmente
creerse que los mandatos morales que habitualmente asumimos constituyen,
simplemente, la expresión de nuestras "subjetivas preferencias
éticas". Nuestra actual cultura –predominantemente emotivista– tiende a pensar
como "imposible" cualquier intento de justificación racional última
en el orden moral. Asimismo, antes de convertirse en una convicción
generalizada este hecho fue presentado por la razón ilustrada como un
descubrimiento filosófico. MacIntyre presenta como paradigma de este
acontecimiento el pensamiento desarrollado por Kierkegaard en su libro Enten Eller[3]. En dicho trabajo
Kierkegaard se propone enfrentar al lector con el desafío de realizar una elección radical entre dos formas de existencia: el modo de
vida ético y el estético, ambos forjados a partir de premisas y valores
esencialmente incompatibles. El paradigma estético
de vida se encuentra representado por
el enamorado romántico, sumergido en
su propia pasión y ahogado en la inmediatez de la experiencia presente. En
contraposición, la forma ética se halla
simbolizada por el matrimonio,
comprendido este como un estado duradero de compromisos y obligaciones. Tal
como Kierkegaard propone las cosas, no
es posible dar razones para justificar la opción por “una” de estas formas de existencia, pues es precisamente la elección aquello que presta fuerza (razonabilidad) al modo de
vida individualmente asumido.
“El
hombre que no ha escogido todavía, debe elegir las razones a las que quiera
prestar fuerza. Tiene aún que escoger sus primeros principios y, precisamente
porque son primeros principios, previos a cualesquiera otros en la cadena del
razonamiento, no pueden aducirse más razones últimas para apoyarlos”.[4]
Ahora bien, para Kierkegaard es
claro que el hombre que ha realizado su elección radical en favor del modo
de vida ético no tendría dificultades para reconocer cuáles son,
concretamente, los preceptos morales que dicha forma de existencia implican[5]; la
dificultad estriba más precisamente en la forma
de legitimación que una persona pueda brindar a dichos principios. Kierkegaard
atribuyó esta justificación primera a la elección
radical del sujeto –de cada sujeto. Y ello –desde la perspectiva
macintyreana– no fue sino la inevitable consecuencia de la desilusión que
experimentó el filósofo danés frente al fallido intento kantiano de colocar en
la razón –y su posibilidad de
universalización de las máximas morales– el
tribunal último de lo ético.
“[para
Kant]… los preceptos de la moral no sólo son los mismos que constituían lo
ético para Kierkegaard; inspiran también el mismo género de respeto. Sin
embargo, mientras Kierkegaard ha visto el fundamento de lo ético en la
elección, Kant lo ve en la razón… […]… La prueba para cualquier máxima que se
proponga puede fácilmente definirse así: ¿podemos o no podemos consistentemente
querer que todos actuaran siempre de acuerdo con ella?... […]… Sin embargo, de
hecho, al aproximarse a ejemplos para mostrar esto, tiene que usar
argumentaciones claramente deficientes, culminando en su afirmación de que
cualquier hombre que admitiera la máxima «me mataré cuando las expectativas de
dolor sobrepasen a las de felicidad» sería inconsistente porque tal voluntad
«contradice» un impulso de vida implantado en todos nosotros. Esto es como si
alguien afirmara que cualquier hombre que admitiera la máxima «siempre llevaré
el pelo corto» es inconsistente porque tal voluntad «contradice» un impulso de
crecimiento del cabello implantado en todos nosotros”[6].
Pero, a su vez, la tentativa kantiana
respondía a un episodio filosófico anterior: los precedentes intentos realizados
por Hume y Diderot de fundamentar lo
moral en los deseos y pasiones del sujeto. Hume se afinca
en la convicción de que nuestras actos son esencialmente motivados por nuestros
deseos; de aquí que la utilidad de las normas morales generales se muestre
especialmente en su aptitud para ayudarnos a conseguir aquellos fines que las
pasiones nos fijan. En relación a ello, MacIntyre señala que Hume tiene una
posición tomada, un modelo normativo previo, respecto de cuáles son las
pasiones y deseos de un “hombre normal”. La inconsistencia de semejante propósito es
evidente: todos los seres humanos tenemos multitud de deseos mutuamente
incompatibles, ¿cómo exigir entonces a los preceptos morales que nos brinden un
criterio para discernir la conveniencia de unos deseos por sobre otros si esos
mismos mandatos proceden precisamente de ellos?
Kierkegaard rechazó el proyecto de
Kant. Asimismo, su intento constituyó una respuesta frente al fracaso del
fundamento humeano. En definitiva, el conjunto de estos intentos representa
para MacIntyre el fracaso del pensamiento ilustrado de brindar, por medio de la
filosofía, aquello que ya no podía otorgarnos la religión.
“El
proyecto de proveer a la moral de una validación racional fracasa definitivamente
y de aquí en adelante la moral de nuestra cultura predecesora —y por
consiguiente la de la nuestra— se queda sin razón para ser compartida o
públicamente justificada. En un mundo de racionalidad secular, la religión no
pudo proveer ya ese trasfondo compartido ni fundamento para el discurso moral y
la acción; y el fracaso de la filosofía en proveer de lo que la religión ya no
podía abastecer fue causa importante de que la filosofía perdiera su papel
cultural central y se convirtiera en asunto marginal, estrechamente académico”[7].
Hasta aquí hemos presentando, al menos
esquemáticamente, los motivos que MacIntyre propone como subyacentes al fracaso
del intento ilustrado de fundamentación de la moral. Seguidamente a esto,
MacIntyre indica por qué –no solo fracasó– sino inevitablemente tenía que naufragar
dicho proyecto.
La tradición
clásica (y aquí MacIntyre involucra a Platón, Aristóteles, la Biblia,
Agustín, los árabes y Tomás) concibió la moral a partir de tres elementos
esenciales íntimamente entrelazados:
1.
Una descripción, más o menos compartida, del hombre «tal-cual-es».
2.
Una idea, más o menos compartida, del hombre «tal-como-podría-ser» si
realizara las potencialidades más íntimas de su naturaleza (observemos que esto
supone una cierta aptitud intelectual para comprender lo distintivo de la
esencia humana; se trata de una naturaleza en “estado germinal” capaz de
alcanzar una cierta plenitud a partir de un conjunto determinado de actos –el
ser se perfecciona en el obrar).
3.
Una reflexión moral compuesta principalmente por normas exteriores y del desafío de una precisa educación del
carácter por medio de las virtudes.
“Así,
tenemos un esquema triple en donde la naturaleza-humana-tal-como-es
(naturaleza humana en su estado ineducado) es…
discordante con respecto a los
preceptos de la ética, y necesita
ser transformada… en la - naturaleza -humana - tal - como - podría - ser
-si - realizara - su – telos [la razón nos instruye en ambas cosas: cuál es
nuestro verdadero fin y cómo alcanzarlo]. Cada
uno de los tres elementos del esquema… requiere la referencia a los otros dos
para que su situación y su función sean inteligibles”[8].
Desde la particular perspectiva de
MacIntyre, la ilustración –influenciada por las convicciones teológicas
surgidas de la reforma protestante, las cuales sostienen que la naturaleza
humana quedó totalmente desfigurada por el pecado[9]–
rechazó el segundo de los puntos precedentes. En otros términos: los pensadores ilustrados negaron la
posibilidad de conocer la naturaleza
humana y, consecuentemente con ello, nos impidieron la posibilidad de
comprender cuáles acciones podrían contribuir (y cuales ahogar) al desarrollo
de su esencia..
Dadas así las cosas, la reflexión
moral ilustrada pretendió dar un fundamento racional a la moral teniendo en cuenta
tan solo dos de los tres puntos arriba afirmados. Más concretamente, según
MacIntyre, la modernidad heredó de la
tradición clásica lo siguiente:
- Una
descripción (empírica podría decirse), más o menos compartida, del hombre «tal-cual-es».
- Un
conjunto concreto de preceptos morales pretendidamente universales a los
que había que brindarles una justificación racional sin recurrir a lo que
desde ese entonces se ha conocido como “falacia naturalista” (el supuesto
error de deducir un “debes” de un “es”).
Para MacIntyre esta empresa estaba
desde sus comienzos destinada al fracaso, pues los concretos preceptos morales
encuentran necesariamente su justificación –y validez– a partir de la
afirmación de un telos (inscripto en
su naturaleza) que el hombre puede conocer y alcanzar por medio de sus actos.
“Todos
rechazan [rechazo laico de las teologías protestante y católica y el rechazo
científico y filosófico del aristotelismo] cualquier visión teleológica de la
naturaleza humana, cualquier visión del hombre como poseedor de una esencia que
defina su verdadero fin[10].
Pero entender esto es entender por qué fracasaron aquéllos en su proyecto de
encontrar una base para la moral… […] … Dado que toda la ética, teórica y
práctica, consiste en capacitar al hombre para pasarlo del estadio presente a
su verdadero fin, el eliminar cualquier noción de naturaleza humana esencial y
con ello el abandono de cualquier noción de telos deja como residuo un esquema
moral compuesto por dos elementos remanentes cuya relación se vuelve
completamente oscura”[11].
Para los pensadores ilustrados la tarea
de justificar mandatos éticos a partir de una mera descripción del hombre tal-cual-es se tornó una empresa imposible.
Esto se debió fundamentalmente al hecho de que dichos preceptos fueron (en el
contexto de la tradición clásica que los concibió) propuestos, precisamente, para
brindar al hombre “herramientas” para superar los desórdenes manifestados en su
cotidiana existencia.
Complementariamente, la moderna
imposibilidad para deducir válidamente un «debe» de un «es» pone de manifiesto,
según MacIntyre, el sustancial empobrecimiento que ha sufrido desde entonces nuestro
vocabulario moral.
Quizá algunos breves ejemplos nos
posibiliten comprender más adecuadamente la singular orientación del
pensamiento macintyreano. En nuestra cultura perviven algunos conceptos que
MacIntyre denomina funcionales; es decir, nociones que hacen referencia a determinados
actividades u objetos que implican, necesariamente, un cierto deber
ser:
ü
“si eres celular no debes quedarte sin señal al
aire libre ni pesar 2 kilogramos”
ü
“si eres conductor de colectivos no deber andar
a velocidad excesiva ni estacionar a dos metros del cordón”
ü
“si eres profesor debes preparar tus clases y
explicar el tema las veces que sea necesario”
Ahora bien, en la
denominada tradición clásica la
noción de “hombre” era comprendida como un concepto funcional central, de
forma tal que la sola referencia a dicho vocablo conllevaba una cierta
convicción respecto del necesario cumplimiento –llevado a cabo “con
excelencia”– de algunos inevitables compromisos y deberes:
“…las
argumentaciones morales de tradición clásica aristotélica —en cualquiera de sus
versiones griegas o medievales— comprenden como mínimo un concepto funcional
central, el concepto de hombre entendido como poseedor de una naturaleza
esencial y de un propósito o función esenciales… Es
decir, «hombre» se mantiene con «buen hombre», como «reloj» con «buen reloj», o
«granjero» con «buen granjero»…. Con arreglo
a esta tradición, ser un hombre es desempeñar una serie de papeles, cada uno de
los cuales tiene entidad y propósitos propios: miembro de una familia,
ciudadano, soldado, filósofo, servidor de Dios. Sólo cuando el hombre se piensa
como individuo previo y separado de todo papel… [y ello sería lo propio de la
modernidad][12]…,
«hombre» deja de ser un concepto funcional”[13].
El conjunto de la reflexión
anterior ha de juzgarse como un intento de reproducir, lo más fielmente que nos
fue posible, las convicciones macintyreanas en relación a lo que hemos aquí
denominado fracaso del proyecto ilustrado
de fundamentación de la moral. Seguramente muchos de los que escuchan (o
leerán) esta comunicación tendrán in
mente numerosas objeciones a la propuesta arriba esbozada. A decir verdad, MacIntyre
no se ocupa de justificar con referencias textuales la mayoría de sus
aseveraciones en relación al pensamiento de los autores mencionados (y
criticados).
Sea cual fuere el valor
“científico” de dicho intento, compartimos íntegramente la convicción de
MacIntyre acerca de la necesidad de pensar la moral como un esfuerzo teórico por
brindar al hombre “herramientas” para pasar de un cierto “estado inicial” –caracterizado
fundamentalmente por una suerte de “desorden” entre la razón y las pasiones–,
hacia un determinado “estado final” –(entendido como ideal más o menos
realizable según sean las circunstancias) en el que las pasiones, merced a las
virtudes y al cumplimiento de determinados mandatos morales, se subordinan a la
razón– de forma tal que puede el hombre alcanzar –junto con otros– su
florecimiento humano[14]. Desde
esta perspectiva, se hace evidente la importancia de tener un adecuado conocimiento
del telos humano: no podremos comprender
cómo llegar si no sabemos hacia dónde nos dirigimos.
En el presente (y esto es una de
las tesis fundamentales de MacIntyre) son muy pocas las personas que creen en
la posibilidad de afirmar –y mucho menos justificar teóricamente– que el
hombre, qua hombre, se encuentre
llamado a conquistar un cierto telos
último. Los seres humanos suelen opinar más bien que cada persona, merced
al atributo de su libertad, puede (teniendo en cuenta las posibilidades y
limitaciones presentadas por las concretas circunstancias en las que vive)
elegir a cada paso los objetivos que más le plazcan. No suele haber para
nosotros “un fin determinado por
naturaleza”, sino que nuestros fines suelen estar más bien expresados por “nuestras
subjetivas e individuales preferencias”.
Es claro que una discusión seria
sobre este último punto de vista excede los límites de este trabajo. Me limito
a finalizar la comunicación presentando simplemente dos convicciones:
- La
generalización de una postura moral en la que la idea de un telos humano último, “por
naturaleza”, es abiertamente rechazada trae como inevitable consecuencia
un yo interiormente desgarrado
y una sociedad profundamente
dividida.
- La construcción
de comunidades en torno a una cierta noción de bien humano
entendido como fin último de las
diferentes prácticas que en ella se desarrollen, posibilita la edificación
de un yo integrado y no implica
necesariamente la aparición de una sociedad unívoca en donde la discusión
racional y el respeto por la diferencia no tengan cabida.
Según pienso, Alasdair MacIntyre
compartiría en su conjunto las dos tesis señaladas.
.
Bibliografía:
Ø MacIntyre,
Alasdair, Tras la virtud, Crítica,
Barcelona, 2004.
·
Animales
Racionales y dependientes… Por qué los seres humanos necesitamos virtudes, Paidos,
Barcelona,
·
Justicia y
Racionalidad, Ed. EUNSA, Navarra, 2001.
Ø Aristóteles,
Ética Nicomáquea, Ed. Gredos, Madrid,
1995
Ø Kant,
Emanuel, Crítica de la Razón Práctica, Ed.
Fondo de Cultura Económica, México, 2005.
[1] MacIntyre, Alasdair, Tras la virtud, Ed. Crítica, Barcelona,
2004, pág. 57
[2] Ibíd. pág. 60.
[3] Este libro fue publicado
es español por la Editorial Trotta en el año 2006 bajo el título O lo uno o lo otro: Un fragmento de vida.
[4] MacIntyre, Alasdair, Óp.
Cít, pág. 57.
[5]serían las normas morales
de una sociedad cristiana tal como por ejemplo se hayan expresadas en el
decálogo
[6] Ibíd. págs.. 66-67.
[7] MacIntyre, Alasdair, Óp.
Cít, pág.72.
[8] Ibíd. Pág. 76. Las
negritas no están en el original.
[9] “Este acuerdo
amplio no sobrevive cuando salen a escena el protestantismo y el catolicismo
jansenista... Incorporan una nueva concepción de la razón. La razón no puede dar, afirman las nuevas teologías, ninguna auténtica comprensión del
verdadero fin del hombre; ese poder de la razón fue destruido por la caída
del hombre”.
Ibíd. Pág. 77. Las
negritas no están en el original.
[10] En razón de justicia
quizá sea oportuno recordar aquí el hecho de que Kant brinda en su concepción
de la moral un espacio a la teleología. El propio MacIntyre da
cuenta de ello en su libro: “[Kant] en el
segundo libro de la segunda crítica reconoce que sin un segmento teleológico el
proyecto total de la moral se vuelve ininteligible. Este supuesto se presenta
como un <supuesto e la razón práctica pura>”. Óp. Cit. Pág. 80.
[11] Ibíd. 78.
[12] No está en el original.
[14] Cfr. MacIntyre, Alasdair,
Animales Racionales y Dependientes… Por
qué los seres humanos necesitamos virtudes, Paidos, Barcelona, 200
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