Is friendship possible? (Parte IV)


IV

En la primera parte de esta comunicación, presenté argumentos destinados a mostrar que, especialmente bajo las condiciones de la modernidad tardía, la amistad es algo difícil, incluso quizá imposible, de obtener. En la segunda parte, presenté argumentos diseñados para mostrar que las amistades buenas son indispensables, su que llevar vidas que valgan la pena. Pero en ambos casos mis argumentos daban por supuesta una concepción de las amistades como logros, no como algo que es un don. ¿Qué hace entonces la diferencia, si entendemos las amistades como dones?
En primer lugar, por supuesto, y más evidentemente, tenemos que reconocer que las buenas amistades pueden acontecer en ámbitos donde no tenemos razón para esperarlas, y pueden florecer en circunstancias que podrían aparecer como impropias y difíciles. Necesitamos estar abiertos a la posibilidad de la amistad, como comenté tempranamente, pero, como también ya he notado, puede no haber recetas para transformas las relaciones amistosas en amistades. Las amistades son algo impredecible.

En segundo lugar, y tan importante como lo anterior, tenemos que entender la relación entre las amistades y el crecimiento en el ejercicio de las virtudes de un nuevo modo. Es frecuente el caso de que las amistades proveen, a aquellos que son amigos, con lo que más necesitan, con lo que ellos no pueden encontrar en otra parte, si es que los amigos llegan a ser buenos, o al menos significativamente mejores de lo que previamente eran. Donde Aristóteles y Cicerón reclaman que las buenas amistades solo pueden darse entre aquellos que ya son buenos, nosotros tenemos que aprender a entender, en ocasiones, a la amistad como un tipo de prólogo a la virtud. ¿Y eso por qué?

Las buenas amistades son un medio para el auto-conocimiento. Las amistades sobreviven y florecer, como observé previamente, solo si cada amigo puede confiar en la veracidad de los otros. Y sin el autoconocimiento que es un resultado de tal veracidad todos nosotros seremos propensos a convertirnos en víctima de nuestra propia autoindulgentes fantasías. Nosotros nos imaginamos más encantadores de lo que somos, más interesantes de lo que somos, más capaces de lo que somos. Tales fantasías encuentran expresión en nuestras malas elecciones. De modo que, si vamos a elegir bien, necesitamos en autoconocimiento ofrecido por la amistad. Sin embargo, es el la persecución de los bienes comunes de la amistad que descubrimos que solo podemos obtener aquellos bienes si actuamos más justamente, más generosamente, de modo más temperado, y más valientemente de los que hasta aquí hemos actuado. Tal como las familias, cuando están en buen orden, son espacios para la educación en las virtudes en los comienzos de nuestras vidas, así pueden serlo las amistades en la edad adulta.

Aristóteles sostuvo que: “cuando los seres humanos son amigos, ellos no necesitan la justicia” (EN VIII, 1155a 26). Al hacerlo, ignoró todas aquellas situaciones en las cuales lo que un amigo valora más en otro es su persistencia en las justicia en circunstancias difíciles, o su disposición a reconocer que ha actuado injustamente, o bien hacia el amigo o bien hacia algún otro, y su reconocimiento de que ahora debe remediar el error que ha cometido.  Cada amistad que perdura por un considerable período de tiempo experimenta vicisitudes y momentos de crisis, momentos que pueden ser una ocasión para el crecimiento moral. El Aquinate tomó debida nota de una característica de la amistad que Aristóteles ignoró, cuando observó que: “cuando un hombre tiene amistad con alguien, él ama, por su bien, todas las cosas que a este le pertenecen, ya sean sus hijos, sirvientes, o lo relacionado con él en cualquier modo. En efecto, amamos tanto a nuestros amigos, que por su bien amamos todas las cosas que a ellos le pertenecen, incluso si ellas nos lastiman o nos odian” (S.T. IIa-IIae, 23, art.1, resp. obj.2). Esto es como decir, yo solo puedo cuidar de tu bien, si también cuido del bien de aquellos otros que tú tienes que cuidar. Así, el vínculo de la amistad es inseparable de otros lazos sociales, algunas veces de un tipo altamente desagradable. Y actuar con consideración hacia aquellos lazos puede requerir un alto grado de prudencia y justicia, sin hablar de paciencia y generosidad. Aquí, nuevamente, Santo Tomás corrige a Aristóteles. 

Sin el regalo de las amistades, nuestra vida social sería muy diferente en una variedad de maneras. La pregunta que surge es si las extendidas redes que componen nuestras vidas podrían ser sostenidas, si valoramos nuestras relaciones solo por su utilidad o por los placeres intermitentes que ellas nos ofrecen. Sustrae las amistades y mucho de la vida sería también descolorido. Al decir esto, no estoy desvalorizando los lazos de la vida familiar, o del lugar del trabajo, o de esas actividades en las que nos comprometemos en artes o deportes. Pero los amigos, como seguimos necesitando recordarnos a nosotros mismos, se preocupan de nosotros por lo que somos y no solo porque contribuimos a esta o aquella actividad. Estar así cuidados, nos da razón, como el Aquinate indica, para evaluar una variedad de otros tipos de relaciones.

La amistad, así entendida es, por lo tanto, algo que tenemos razón para celebrar, pero tal amistad puede también presentar una amenaza. ¿Hacia qué? Una amenaza al valor que nosotros ponemos en nuestra autonomía como agentes morales. Aquí el punto de vista de Kant acierta mucho más en el punto. En su tratamiento maduro de la amistad, en la segunda parte de su Metafísica de las costumbres definió la amistad como “la unión de dos personal a través de un igual amor y respeto mutuo”. El amor atrae, pero el respecto nos exige mantener nuestra distancia. Es “un gran peso sentirse a uno mismo ligado al destino de otros y cargado con las responsabilidades ajenas”. Además, si alguno acepta un beneficio de otro, entonces existe un propósito de alcanzar una igualdad de respeto entre ellos, ya que el que recibe el beneficio “se ve a sí mismo claramente como en un escalón más bajo, ya que está obligado y, todavía, no es recíprocamente capaz de obligar”. Entonces, la igualdad requerida por la amistad es destruida. Lo que la concepción kantiana del agente moral autónomo excluye es la posibilidad de tener un cuidado fuera de todo cálculo por el bien del otro, de modo que las cuestiones acerca de la equidad y la inequidad en el dar y el recibir no son planteadas.
Cuando ellas surgen, es un signo seguro de que la relación en cuestión no es una amistad como yo la he estado describiendo, no es la amistad como un don. Este tipo de amistad se hizo invisible, para Kant de la misma manera que más tarde lo fue para Nietzsche. Y no es algo sin importancia que Kant, y un tan notorio antikantiano como Nietzsche, deban tener esto en común. Ellos, como muchos otros, comparten una concepción de un tipo de independencia que un agente que se respete a sí mismo debe tener, se trata de un tipo de independencia que excluye el estar abierto a la amistad como un don.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

 Conferencia sobre MacIntyre impartida en el Centro de Estudios Educativos "Rigans Montes":